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La hemiparesia es la pérdida de fuerza o parálisis de dos extremidades de un mismo lado del cuerpo, y con ella llegan un buen número de usuarios a los centros infantiles de atención temprana (CAIT) como causa de diferentes accidentes cerebrales.
La fisioterapeuta pediátrica del CAIT San Juan de Dios de Sevilla, Paula Marín, explica que la hemorragia cerebral y el ictus son los dos desencadenantes más frecuentes de la hemiparesia en los niños que llegan al centro. “Es fundamental el abordaje temprano de estos niños. En caso de que hayan sufrido un ictus, los seis meses siguientes son fundamentales para la recuperación de las funciones principales, donde habitualmente intervenimos los fisioterapeutas, psicólogos y logopedas”, apunta.
El Ictus es un accidente cerebrovascular asociado fundamentalmente a los adultos. Sin embargo, puede darse en pacientes pediátricos e incluso durante el período de la gestación, denominándose ictus prenatal.
Este último es el caso de Abril, una niña de casi tres años de edad que sufrió un ictus prenatal, durante el octavo mes de gestación. “No sospechamos nada hasta los cuatro meses, porque mi hija era un bebé como cualquiera. Pero a partir de esa edad, comenzamos a darnos cuenta de que no cogía nada con la mano derecha. Comenzaron las derivaciones desde pediatría hasta llegar al TAC, que desveló el ictus”, relata su madre.
Esta usuaria llegó al CAIT de San Juan de Dios antes de los doce meses de edad con una hemiparesia en la parte derecha de su cuerpo, habiéndose afectado el hemisferio izquierdo. La afectación era tal que los neurólogos informaron a los padres de que había alcanzado el área del lenguaje, por lo que, con mucha probabilidad, la niña no llegaría a hablar nunca. “Pero mi hija no para de hablar”, explica la madre, algo que los profesionales del centro de la Orden Hospitalaria explican gracias a la plasticidad neuronal de los niños y a la intervención temprana.
La fisioterapeuta habla de un trabajo desde cero con Abril, “pues hay que comenzar advirtiéndole de que en su cuerpo existe una parte que ella no conoce, en este caso, brazo y pierna derecha, para que inicie esta integración en su esquema corporal”.
El caso de Manuel es diferente. También sufrió un ictus, pero justo una semana antes de cumplir veintiún meses. “Él tropezó mientras jugaba en casa, algo habitual en cualquier niño. Se levantó y yo le hablaba, y lo veía algo desorientado. Pero continuó hasta su habitación para seguir jugando. Le seguí hasta allí y le vi tumbado en suelo con la boca desencajada hacia la izquierda. Le hablaba, él parecía escuchar pero no reaccionaba. Después pude darme cuenta de que no movía la parte derecha, pero al llegar al centro de salud comenzó a llorar y a reaccionar”, relata la madre de Manuel.
Lo que en un principio parecía una crisis de ausencia, aparentemente motivada por una epilepsia, terminó diagnosticándose, tras varios episodios parecidos y distintas pruebas diagnósticas, como un ictus isquémico. Hace solo un par de meses que Manuel acude al CAIT San Juan de Dios de Sevilla, inmediatamente después de su ingreso hospitalario, y Paula Marín advierte una evolución fabulosa. “Con Manuel no hemos tenido que hacer un trabajo de inicio, pues él hablaba antes del ictus y sabía que movía las extremidades de la parte derecha de su cuerpo, por lo que el trabajo está siendo de recuperación”.
Durante las sesiones con estos niños en el centro de atención infantil temprana, no solo se busca el control postural, el reconocimiento del esquema corporal o el ejercicio físico, sino que se inicia un proceso sensorio-motor en el que los profesionales advierten las necesidades que presentan cada uno, interviniendo con ellos diferentes profesionales en los procesos cognitivo, socio-comunicativo o del lenguaje, si así lo requieren.
Necesitan atención más allá de los seis años
La evolución de estos niños es muy favorable. Sin embargo, se trata de un tratamiento que ha de tener una continuidad más allá de la proyección de los seis años que actualmente cubren los centros de atención infantil temprana. La madre de Abril demanda una ampliación de esta cobertura, “porque un niño con seis o siete años está en pleno desarrollo, y lo que tienen estos niños no se arregla en dos o tres años, porque mi hija ahora mismo encuentra dificultad en el simple hecho de comerse sola un yogur, ya que no puede agarrarlo y meter la cuchara simultáneamente. Pero después vendrá el hecho de abrocharse un botón, y necesitará ayuda, al igual que subir una cremallera o atarse los cordones. Ellos necesitan que esa rehabilitación continúe, más allá de los seis años”.
La fisioterapeuta pediátrica de San Juan de Dios explica que mantener este apoyo terapéutico y rehabilitador sería fundamental “hasta al menos los 10 ó 12 años de edad, pues hasta este momento el ritmo de desarrollo de los niños es el adecuado para intervenir. A partir de esa edad, el desarrollo es más paulatino y aunque para ellos siempre será recomendable continuar con el proceso rehabilitador, la parte fundamental del trabajo estaría hecha y ellos habrán podido adquirir más conocimientos sobre cómo ejercitarse”.